Relatos de magias (6): magias arriesgadas

Chung Ling Soo


En 2006 mantuve una sección fija en Radio 5 Todonoticias, narrando historias del mundillo del ilusionismo. Algunos relatos parecen exagerados -es lo que tienen las tradiciones de cualquier gremio- y a veces lo que se cuenta de un mago se atribuye también a otros. Pero como sucede siempre, aquello que parece ficticio suele ser lo verdadero.

¡Carguen! ¡Apunten! ¡Fuego!

Algún lugar de Europa, a finales del siglo XIX. Cayó fulminado. Las autoridades se acercaron al cuerpo. ¿Sonreía o era un rictus de muerte? Se incorporó con dificultad y escupió las ocho balas en un platillo de porcelana. ¿Cómo lo hizo?:

Corrió el rumor de que se habí­a compinchado con los soldados. Podrí­a ser que éstos al momento de ir a cargar, operación en la que por un instante sujetaban el cartucho de papel con los dientes, se quedasen con la bala escondida en la boca. Habrí­an disparado solo la pólvora. El mago llevaría otras balas ocultas en su boca desde el principio… Algo así­ se contaba de otro mago, extranjero, habrí­a muerto por la mala fortuna de que los soldados, dada la dificultad del idioma, no le entendieron y no escondieron las balas en el carrillo:

El reto suele tener atractivo, pues además de un peligro real, por representar el viejo sueño universal de la inmortalidad. Claro que cada vez que un mago ha fallecido presentando este reto es porque el truco ha fallado, cualquiera que éste fuera. Es más, si uno cree que no habí­a truco posible puede pensarse que simplemente los dientes del mago no pudieron contra la fuerza de las balas, cosa lógica. Su muerte habrí­a sido fruto de su imprudencia, librando al tirador de responsabilidad, incluso cuando en 1818 aquel espectador dublinés utilizó su propia arma en lugar de la que le ofreciera el mago. Pero ¿y si se sospecha que alguien preferí­a al mago muerto?

Esto ocurrió el 23 de marzo de 1918 en Londres, cuando Chung Ling Soo cayó abatido bajo dos certeros pistoletazos. Desde el asesinato por celos hasta el suicidio, parecí­an caber todas las hipótesis. Finalmente Scotland Yard reveló que las pistolas llevaban un cilindro soldado en el interior de los cañoones para frenar la salida de las balas. A cada disparo estallaba la pólvora, la bala se retení­a pero también -a fuerza de disparos- iba rebajando el diámetro del cilindro, hasta que finalmente un proyectil consiguió abrirse paso por el cañón. Paradójicamente, Chung Ling Soo con cada actuación, con cada triunfo, se acercaba más y más a su muerte.

Nuestro Anthony Blake no cuenta con tiradores propios: en cada ocasión es un espectador distinto. Un cristal se interpone entre el mago mentalista y el tirador allá­ por donde éste apunta; el cristal estalla al paso de la bala. No hay balas duplicadas: el público marca el proyectil previamente, lo carga y dispara. Blake detiene la impulsión de la bala con los dientes, quizá frenada por el impacto en el cristal, y la escupe en un platillo. Se comprueba la marca. Eso es todo. Es imposible, pero es así­ (o así lo parece). En fín, hagan como yo, no le den más vueltas, no tiene sentido.

De mis magias en este mismo blog o en www.navarcadabra.com