La realidad del comercio mágico (1): Lo que he aprendido de Molser (y Gloria, claro)

foto: www.elreydelamagia.com

En 1830 se funda en París una modesta tienda de objetos de ilusionismo –era también lugar de venta de partituras musicales e instrumentos- Mayette, todavía sigue en activo. En Barcelona, Joaquín Partagás abre un día de 1881 las puertas de El rey de la magia, que todavía no han cerrado y se trae para España la más moderna magia del momento. A finales del siglo XIX dos hermanos alemanes inauguran su tienda Martinka, fue la primera en América. Todavía existe y es un centro de referencia en subastas de antigüedades mágicas a 43 minutos del centro de New York…Esto puede hacer pensar que montar un negocio de magia es un mágico negocio. Sin embargo la mayoría de las tiendas de magia viven de milagro… y eso las que sobreviven. En los años sesenta podía haber en New York una quincena de comercios especializados. Hoy apenas tenemos a Tannen y Fantasma. Esto si hablamos de magia en serio, porque proliferan pequeños comercios de bromas o disfraces, bazares en los que se pueden encontrar juegos de magia que ningún dependiente puede demostrar o comentar al cliente, como nos pasa en algunos grandes almacenes por aquí.

También han proliferado en España, en los últimos años, comercios físicos y on-line que abren y al poco tiempo cierran. Pocos sobreviven o se afianzan en el mercado, aunque los hay. Se trata de un espejismo. Cada vez hay menos tiendas atendidas por verdaderos magos –en España tenemos suerte aunque yo considero de nivel profesional apenas cuatro o cinco y si se trata de ilusiones escénicas solamente un par son además buenos fabricantes- y más tiendas en internet para consumo de nuevos y jovenes aficionados.

El problema de las tiendas on-line es que venden cualquier cosa a cualquiera que la pida. Recuerdo cuando yo, que ya me había recorrido una tienda en París, otra en Madrid y otra en Bruselas topé a una hora de mi domicilio con Arte-Magic. Toque el timbre y el propietario cruzó el umbral; Manolo Molas no me dejaba entrar en su tienda-taller-fábrica. Pues vaya… “¿Por qué vienes?”, “¿Eres mago?”, “¿Quién te manda?”… “Vengo de parte de Encarnita (de Magia-Estudio en Madrid, solamente la había visto una vez y el interrogatorio fue similar). Me franqueó la entrada; “Quiero…”, “Busco…”,  “Me gustaría…”. Nada de lo que yo buscaba, deseaba o anhelaba. Manolo me vendió lo que quiso. Cada vez que yo aparecía por su tienda me interrogaba sutilmente y jamás me vendió nada de lo que yo no hubiera averigüado algo previamente –todavía no había internet- o juegos que yo pudiera hacer dado mi nivel. Su política era sencilla de entender: los magos vivímos del control de la información. Si se divulgan los secretos ya no podrán maravillar e ilusionar. Para ser mago hay que estudiar la puesta en escena, la presentación, el timing del juego. Uno no puede estar pendiente de la trampa como un concertista no tiene que pensar donde estan las teclas del piano. Además hace falta tocar otras teclas, psicológicas, que dirigen el pensamiento del público en una dirección que le lleva a sentir como magia lo que en realidad no lo es. Para esto hace falta tiempo.

Gloria y Manuel "Molser"

A Manolo y a Gloria les interesaban clientes a largo plazo por una cuestión de marketing; el mercado de la magia siempre será pequeño. Por una cuestión de ética profesional; necesitaban alumnos-clientes comprometidos con el ilusionismo y su preservación. Y por una cuestión de amor a la profesión, a la magia; una venta inadecuada, sobre todo al principio, decepciona y hace que se abandone lo que puede ser un hobby muy satisfactorio o quizá una profesión. Con ellos aprendí verdaderamente el abecedario de la magia que yo me creía sabido, estudié el bachillerato y, sobre todo me enseñaron a pensar como un ilusionista. En resumen: la excelencia no es un punto de llegada, es un camino y por ello un esfuerzo. Pero un esfuerzo que el público no debe ni presentir. Nunca valora en magia la dificultad de esto o aquello sino que esto o aquello le maraville. Para ello es necesario que parezca que todo pasa sin pasar nada. Hay que sudar mucho en el estudio para no sudar en el escenario.