Jamalandruqui, Txomin, Perutxiki y el camino de la carbonilla

Pamplona, Txomin y Montty

Hubo una época oscura en la que apenas había magos profesionales o semiprofesionales. Jamalandruqui, que fue camarero y también portero de noche de hotel, fue el mago de Navarra por excelencia: Ricardo Rebolledo Zubiarráin 1934-1988. Cuando organicé en 2012 el 7º Encuentro Nacional de Magos Infantiles le hicimos el homenaje que se le debía (aún se le debe más).  Con la colaboración de los compañeros y de la Escuela Navarra de Teatro preparamos una gala donde la familia pudo recibir el cariño de magos venidos de toda España. Ilusionistas que -la mayoría- jamás habían oído hablar de Jamalandruqui, pero que se acordaron enseguida de las vidas paralelas de otros «Jamalandruquis» en Alicante, Cuenca, Santander, Salamanca, Madrid, Cádiz… Gente que con otros cómicos de la legua llevaba ilusión y fantasía por viejos teatros, cine-clubs, tabernas y casinos rurales. Testigo de aquella época Txomin, compañero de andanzas de Jamalandruqui, hacía dúo cómico con Peru txiki, otro artista que nos dejó. Y Txomin subió al escenario al término de la gala, para recibir en nombre de la familia el homenaje de todos los magos presentes de manos de ese grande de la escena que es Montty. Visiblemente afectado por la emoción del momento y por los achaques de la edad, se le iluminó el rostro cuando se vio bajo los focos, junto a Montty artista con una categoría humana y un curriculum profesional envidiable. Nos contó algunos chistes y por unos instantes estuvimos en otra época, de la que a veces olvidamos -o peor, desconocemos- que venimos:

Había en un barrio desaparecido de Pamplona «El Mochuelo», hoy «La Milagrosa». Un camino de carbonilla que te conducía de la ciudad al barrio y del barrio a la ciudad. Un camino que de tanto andarse venía en los mapas, porque ni era obra municipal ni había intervenido empresa alguna en su construcción. Tampoco era un camino de esos que hace el tiempo de los siglos.

Perutxiki conseguía de los cines de Pamplona los restos de carbón que quedaban sin consumir en las calderas. Lo llevaba a su casa y lo filtraba con ayuda de un somier. Los trozos que no lo atravesaban los vendía a bajo costo entre los vecinos y la carbonilla invendible… se deshacía de ella paseando de la ciudad al barrio y del barrio a la ciudad, dejándola caer con disimulo. Así se hizo el camino de la carbonilla y así se iba «manteniendo». Para mi es una metáfora de como nos llega el legado de estos artistas de una época difícil. Y así, casi sin saberlo, caminamos sobre la carbonilla que ellos nos han dejado. A nosotros toca regenerar el camino.

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