Magia para bebés, recordando a Juan Tamariz

Una de las mejores cosas que te pueden decir es que «da igual el truco, si se pilla o no, incluso si hay truco o no lo hay». Porque has logrado transmitir emociones de que estabámos en «un momento irrepetible y mágico,» en una atmósfera de «fascinada maravilla». Voy citando algunas de las frases de los acompañantes a los espectadores. Porque los espectadores no me hablan, apenas. Sonríen con un «mago que no tiene la arrogancia» (esto lo dice alguien que ha venido aunque no le gusta la magia del que sabe los secretos, «un payaso que no busca la risa, ni siquiera la sonrisa, sino que la encontramos». Los espectadores no quieren irse. No pestañean. Llegan los bises. Y luego incluso un bis para los adultos. Estamos en la Sala Miriñaque. Pero prácticamente lo mismo ocurre en otros teatros y en centros escolares. Solo que nada esta garantizado. Sé que podemos llegar a ese final donde a veces algún niño o niña se levanta espontáneamente y viene a darme un besito. Sé que esta maravilla de conexión puede ocurrir y ¡siempre ha ocurrido! pero que hay que construirla. Porque la mayoría no saben qué esperar de mí. No saben a dónde les han traído ni por qué o para qué. No saben si pueden confiarse. Pero en diez minutos ya estamos todos en la onda. Aunque alguno se duerma. Aunque alguno se levante y cruce por delante. Etcétera.

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¡Todo listo para alzar el telón!

Voy a citar un texto que me viene a la memoria. Son los comentarios de los adultos al llegar ese final en el que ninguno quiere levantarse y salir del teatro y que además en realidad no son los destinatarios de mi espectáculo de magia para bebés «¡Más colores!», pero que les llega al corazón de su niño interior,  lo que me trae el recuerdo de un texto de Juan Tamariz. Un artículo que no trata de magia infantil, al contrario, ni mucho menos de este invento «mío» de la magia para bebés que estrené para España en 2008, sin saber que se hacía en Francia y sobre todo sin saber cómo se hacía. Solo que el trabajo de preparación y creación en una escuela infantil me llevó a las mismas conclusiones de quienes en el extranjero hacen esto en serio (no como algunos que sabiéndoles público cautivo… en fin…). Digo que recuerdo un texto de Tamariz que viene al pelo, aunque fuese escrito para otras magias (o acaso viene como anillo al dedo porque en el fondo no hay otra magia posible). Cito al maestro (que -perdón por la vanidad- me hace un elogio en el texto completo que agradezco viniendo de quien viene y especialmente porque aún no nos conocíamos personalmente):

La magia es solo para niños [ pregunta retórica]

(…) guardamos memoria como individuos de las fases de nuestra evolución personal. Nos componemos de varias capas: el recién nacido, recubierto por el bebé, el niño prelógico, el niño lógico, el adolescente, el muchachillo, el joven veinteañero, el menos joven de la primera madurez (30 a 40)…

Y también, cada persona recubre pero no disuelve las anteriores. Somos todas ellas.

Nos componemos, nuestra personalidad se compone, de la última capa visible pero perviven, latentes a veces, amándose o pugnando por asomarse otras, todas las personas anteriores.

También se me da en pensar que las actividades humanas interesan, llaman o fascinan a una diferente persona-capa.

Así “groso modo” y para entendernos, pienso que la poesía se dirige especialmente al adolescente que llevamos dentro: sentimiento, emotividad, lirismo… El deporte como espectáculo nos hace salir el niño de vitalidad y energía que fuimos entre los 8 y 12 años, aproximadamente. Los viajes como actividad nos hacen revivir el gusto por la aventura del muchacho de quince a los primeros veinte años. La ciencia, la investigación, el descubrimiento son aventuras intelectuales que fascinan al joven de 25 a 30 años que vive en nosotros.

(…)

¿Y la Magia?

Evidentemente llama y fascina al niño prelógico, a su fantasía, a su imaginación, a su afán de juego, al deseo de volar, de ser invisible, de transformar las cosas, de hacer aparecer y desaparecer lo deseado sin trabas de la Lógica y de la llamada Realidad.

Al sueño.

(Los Reyes Magos, las Hadas, los Gnomos, los Genios, los Brujos, los Magos…)

Por eso el prestidigitador, el Mago fascina y “encanta” siempre a los niños pequeñitos, a los que aún no han cumplido los 7 años.

Sus caras, sus miradas ante un espectáculo de Magia nos lo dicen cada día.

Por eso, en cada fiesta infantil desde siempre y en todas partes, el Mago es el más solicitado por los niños (junto con esa otra forma de Magia que es el guiñol).

Entonces ¿la Magia gusta a los adultos?

Adultos, feo concepto, horrible palabreja…

Adulto es quien posee una capa gelatinosa que cubre impenetrable y ahoga el joven aventurero, el lírico adolescente, al mágico niño que se asfixia en su interior.

Adulto es quien desea seguridad y poder, dinero y poder, política y poder.

La Magia trata de disolver y penetrar la capa de la madurez (con la del Adulto casi casi no puede) para llegar al niño prelógico, ilusionable, imaginativo, soñador de imposibles…

La Magia se dirige a las gentes maduras y a los jóvenes para que se rían y sientan el niño que también son.

Si, además, es Magia lleva poesía también las fibras sensibles del soñador imposible (amor) que es adolescente.

Si lleva juego y participación alegrará al niño de 7 a 11 años, si aventura intelectual (¿cómo es posible?) al veinteañero inquieto. Pero esencialmente, buscará al niño prelógico, inocente, desconocedor del concepto imposible.

Sólo si dejamos respirar ese niño que llevamos dentro podremos gustar y degustar la Magia…

… si suspendemos la incredulidad, momentáneamente, al menos,

… si dejamos libre la imaginación para que vuele liberada de la lógica

… si aceptamos gozosos jugar con bolitas de colores, pañuelos, cajitas, cochecitos de madera (juguetes)

… si somos capaces de repetir en voz alta con el Mago las palabras y conjuros mágicos

… si mimamos los gestos abracadabrantes, si espolvoreamos los polvos mágicos sintiéndolo entre nuestros dedos al hacerlo

… si somos capaces de mirar y sentir con inocencia.

Sólo entonces podremos gozar de la inmensa fascinación de la Magia. Da igual que seamos Mago o espectadores.

Da igual si aceptamos soñar, mezclar fantasía y realidad, jugar, ilusionarnos, como hicimos con los Reyes Magos, sin preguntarnos cómo pueden saber nuestros deseos y peticiones, cómo pueden estar en todas partes en la misma noche, cómo pueden entrar por la puerta cerrada de la casa.

Sólo entonces sentiremos la perdida emoción de las inocencia pre-lógica y mágica.

Por lo tanto, sólo si el Mago es capaz de buscar ese niño, tendrá lugar el chispazo mágico.

Y para ello tendrá, pienso yo, que ser capaz de dirigirse con sus juegos y pruebas al joven, al muchacho, a las gentes maduras… y tendrá que hacerlo (¡cuidado!) en el lenguaje propio de ellos, en el lenguaje que entiendan el joven, el muchacho y las gentes maduras para poder invitarles a descubrir, a mostrar (y mostrarse) el niño escondido, el niño tierno y mágico quequizá dormita y se aburre solitario y olvidado en su interior.

La Magia prende su hechizo cuando ese niño revive.

Ese desvelamiento, esa casi resurrección a veces, ese renacimiento, es el acto mágico.

Eso es la Magia.»

Juan Tamariz en un largo, atractivo y sabio artículo «La Magia. Un mínimo intento de aproximación a definirla y acotarla (inexorablemente fallido)» en http://www.depauw.edu/learn/adelantado/issue7/tamariz.html

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