Cada vez se hacen menos fiestas de empresa. Las cosas no están para echar cohetes. O mejor dicho para gastar en cohetes. Algunos gerentes me dicen que no pueden contratarme aunque disponen de fondos para ello. Por una parte mis espectáculos no son caros, hace tiempo que congele precios y asumí la subida del IVA. Por otra parte tengo formatos para distintos bolsillos -transportar mis palomas no supone coste adicional, pero transportar grandes aparatos para teatro sí-.
El argumento de quienes van dejando de hacer fiestas es que no pueden pedir a sus empleados que se aprieten el cinturón y luego tirar el dinero en diversiones. Naturalmente yo no tengo nada que objetar a este argumento: cada uno gasta de lo suyo como le parece ¿no?
Pero voy encontrando empresas que se plantean las cosas de otro modo. Desde luego se han pasado hace tiempo las fiestas que no eran más que nada una exhibición de vanidad -algunas se hacían solo por esto-. Lo que ahora se busca son actividades con presupuestos que no ofendan por su generosidad, a veces incluso me han llegado a contratar para fiestas de empresa pagadas a escote. Lo que se busca es -precisamente por las tensiones internas que produce la crisis- un rato de distensión en el que se olviden los roces o los malos momentos. Cualquier antropólogo sabe del valor que tiene para las relaciones humanas eso que llaman la comensalidad; compartir unas viandas en una mesa. Un momento en el que las personas bajan la guardia, comparten sus inquietudes, hablan con menos reparo y las personas que comparten comida y valores -los de la empresa- se cohesionan. En definitiva, como alguien me dijo hace poco, no me importa nada la magia que hagas, quiero que no ridiculices a nadie, pero que se rían mucho, que participen y estrechen lazos. Ante la crisis, las fiestas de empresa, pueden ser terapéuticas. O sea -me quede pensando- va a resultar que con mis magias de mentirijillas hago magia de verdad…
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