Relatos de magias (2): un faquir a lo Carpanta

En 2006 mantuve una sección fija en Radio 5 Todonoticias, narrando historias del mundillo del ilusionismo. Algunos relatos parecen exagerados -es lo que tienen las tradiciones de cualquier gremio- y a veces lo que se cuenta de un mago se atribuye también a otros. Pero como sucede siempre, aquello que parece ficticio suele ser lo verdadero.

 

Esta segunda entrega trata de un falso faquir hindú, o lo que es lo mismo, un verdadero faquir español Daja-Tarto (1904-1988):

Lo que hay que tragar…

…para poder comer. Gonzalo Mena Tortajada dejaba su Cuenca natal y como el fakir Daja-Tarto debutaba en el circo Price, era 1927. Luego con su falsa identidad hindú recorrerí­a toda la piel de toro andando sobre cristales rotos, subiendo escaleras con cortantes sables por peldaños, tumbándose sobre lechos de clavos y otras pruebas «clásicas» del género extremo. Podríamos relatar muchas anécdotas de una truculenta excentricidad, como el intento de hipnotizar a un toro bravo en la plaza de toros de Valencia: Daja-Tarto clava su magnética mirada en el torete y el torete a su vez clava uno de sus cuernos en la mejilla del fakir.

Lo memorable de sus actuaciones en el punto álgido de su carrera, era su capacidad para comer cristales, hojas de afeitar, cerillas encendidas, yeso, cemento o bombillas. Un hermano más joven, aprendiz de funambulista abandonó la cuerda floja y quiso seguir sus pasos, anunciándose como «Mena: el comensal moderno», pero desconocí­a los secretos que Daja-Tarto no le quiso enseñar para desmotivarle y, apenas un mes después del debut, moría por culpa de una perforación intestinal.

Daja-Tarto conocí­a a la perfección la técnica para presentar esta prueba de invulnerabilidad elevándola a categoría de performance. Además, parte de su éxito se debí­a a que conectaba con una hambrienta España de guerra y de posguerra para la que, mostrándose capaz de comer cualquier cosa incomestible, enfatizaba lo imposible de la prueba y vení­a a representar la fantasía de sobreponerse a las desdichas del momento.

Daja-Tarto era un artista y su verdad, como toda verdad en el ancho campo del ilusionismo y sus artes afines, es una mentira que juega a ser verdad para confrontar al espectador con sus miedos, sus ansias, en definitiva con sus emociones. La truculencia de algunas de sus presentaciones, el embrutecimiento de algunos de sus públicos, no pueden ocultar esta verdad de su mentira. Una anécdota final; hay constancia documental de una mala indigestión: en 1937 hubo de aplazar una entrevista periodística porque las alubias de la pensión donostiarra donde se alojaba le habían sentado mal. Alfredo Marqueríe, el periodista, quizá decepcionado o con un espacio pendiente en el periódico tuvo la ocurrencia de publicar el percance. La publicación del chocante suceso supuso la ruina del establecimiento pues ¿quién podría comerse aquello que ni Daja-Tarto podía?. Murió en 1988 y al parecer tuvo el capricho de que su ataúd se cubriera de cristales rotos y su cuerpo fuera amortajado con papel de lija. Descanse en paz… esperemos.

©Iurgi Sarasa, 2006