Relatos de magias (19): Trasto, el perro que suma

En 2006 mantuve una sección fija en Radio 5 Todonoticias, narrando historias del mundillo del ilusionismo. Algunos relatos parecen exagerados -es lo que tienen las tradiciones de cualquier gremio- y a veces lo que se cuenta de un mago se atribuye también a otros. Pero como sucede siempre, aquello que parece ficticio suele ser lo verdadero.

Hubo un tiempo en el que por las ferias y fiestas aparecían los periquitos videntes y los gatos quita males. Una degeneración de números mayores como el cerdo o el caballo sabios, cuyas andanzas empiezan en el siglo XVIII. Parece que entre los animales doctos, el primero de todos en llegar a los circos y teatros fue el cerdo; desde Dublín a Londres y de ahí al estrellato, en el último tercio del siglo XVIII. Cuentan que los acróbatas, ofendidos por compartir cartel con un gorrino, amenazaron con irse del circo si no se apeaba al cerdo el tratamiento de estrella circense. Entre las acrobacias humanas y las dotes intelectuales del cerdo, la empresa se decanto por el cerdito ¡viva la cultura! Porque el cerdo sabio era capaz de deletrear… con ayuda de unos cartones, no vocalmente desde luego. Entre otras habilidades donde demostraba no ser un analfabeto. Pronto surgieron imitadores. Los circos se poblaron de animales que sumaban a ladridos, restaban a coces, etcétera:

Yo todavía alcance a ver en alguna ocasión algún periquito que por una moneda, se bajaba de su percha y elegía un papelito donde el consultante recibía una predicción del tipo «el amor llegará pronto» o » este mes proteja la garganta de las rachas de viento». Ya no se trataba de demostrar inteligencia, sino de ser mero instrumento del azar. Peor papel el de los gatos en las cajas musicales. Como es sabido un piano suena, en síntesis, porque un percutor golpea una cuerda. Imaginemos una caja de la que asoman sus cabezas, por los correspondientes agujeros, como media docena de gatos. Un sistema percutiente -unos martillitos- golpean sus colas atadas y claro, se desata un estruendoso concierto de espantosos maullidos. El «concierto» era usado por vendedores ambulantes de pócimas varias como remedio contra depresiones, melancolías, males de amores, mal de ojo y similares…

Terminemos con algo más alegre. Periódicamente surgen nuevos animales sabios en concursos de talentos, espectáculos de variedades y circo, etc. Recuerdo con cariño al perro Trasto que con sus ladridos sumaba diversas cifras. Naturalmente ni el perro suma ni el cerdo deletrea ni nada de nada. No deja de ser una ilusión creada por su amaestrador. En el caso de Trasto la otra mitad del número era Antonio Navarro. Nunca pude descubrir como se las arreglaba para que el perro supiese el resultado de las sumas. Absoluta inmovilidad y silencio. Ni pestañear. No había modo de saber cómo lo conseguía y esto le granjeó las simpatías de muchos encuentros y festivales de magia. Antonio falleció en 2002 y no sé que vida lleva Trasto. Lo que si sé es que para el perrito todo era un juego, jamás le supuso el mínimo trauma o esfuerzo indebido. Y esta alegría del animal que disfruta con lo que hace también se transmite y alegra a los públicos.