
Repaso notas y cuadernos de apuntes y me encuentro con unas anotaciones de un 27 de septiembre de 2011: acudí a una conferencia-taller de David Kaye -conocido en New York como Silly Billy- en gira por España. Considerado dentro de la profesión como el mejor mago para niños del mundo. Su especialidad los pequeños espectáculos en guarderías, colegios, cumpleaños y fiestas familiares. Entre sus clientes Bruce Springsteen, Susan Sarandon o Madonna.
Me pregunto qué opinaría cualquiera de mis clientes de cumpleaños o comuniones, si me pudiese ver por un agujerito, aprendiendo una pequeña magia con el palito de un helado …después de hacerme 320 kms. . Pero esto es a lo que yo llamo «invertir en formación continua»:
David Kaye además de hacer magia práctica enseña también magia teórica. Hay quien cree que para hacer magia infantil basta con saber un par de truquillos… Eso basta para un momento (a algunos magos desde luego les basta). Pero para entretener durante una hora a niños de distintas edades hace falta un soporte teórico, comprender qué se debe hacer, qué no, cuando y por qué. A veces, detrás de un espectáculo que transcurre sin atascos, pasando con fluidez de un efecto mágico para una edad a otro para otra edad, sin perder la atención de todos, hay una estructura invisible, un guión que parece improvisado, unos juegos que se suceden dándose paso sin tiempos muertos. En definitiva se trata de hacer que parezca fácil lo difícil, porque no nos piden una conferencia sobre la historia de la magia, ni una exhibición de alta manipulación, sino puro entretenimiento compatible con el tema de la fiesta (cumpleaños, boda, comunión, homenaje, etcétera).
Llegó la cena tras la conferencia-taller e intercambiamos opiniones, creo que todos compartimos que no tenemos un juego favorito. El mejor juego es el que es más apropiado a cada momento y tipo de público. Si algo define a la magia infantil es que el público determina el transcurso del espectáculo y el mago debe estar atento a las señales que le indiquen un cambio de rumbo. Debemos estar abiertos a la improvisación, pero para que funcione, digamos como dijo Winston Churchill cuando le invitaron a unas cervezas: «No puedo, voy al despacho a preparar la improvisación de mañana».