El circo de la vida imposible, en Navarra

Cada trabajo tiene sus servidumbres y no nos quejamos, el aplauso. No siempre buscado para llenar nuestra cuota de vanidad, sino valorado como termómetro del bienestar y la satisfacción del «jefe»: el público.  Llevar la alegría o al menos la sonrisa a los espectadores es más que suficiente. Y ellos nos ven como el payaso, el mago, el actor, etcétera. Otros roles y circunstancias personales desaparecen. Omar Shariff se aburría en los casinos donde le cazaban los paparazzis, pero ¿dónde te metes en una ciudad en la que estas solo horas y horas entre sesiones de trabajo, sin un hogar al que regresar, un lugar donde te sientas seguro? Y Jerry Lewis, un maestro del humor físico, decía lo mismo que les pasa todos los que actuamos más o menos con nuestra expresión corporal: «No hay día que no sienta dolor mientras hago reír» dijo. Y José Luis López Vázquez me decía un día, en Vitoria, que «todos mis personajes salen de la observación de sus conductas, tantas horas de soledad y de espera antes de la función teatral o entre toma y toma del rodaje. Mis monos (llamaba así a sus personajes) salen de la vida real, son lo que he visto».

Fotos: Iván Benítez, Diario de Navarra

Sabes que tu trabajo es oficialmente el de artista -en mi caso ilusionista- pero también eres chófer, iluminador, montador, sastre… aunque vayas en una compañía con más gente es lo mismo que si trabajas solo. Porque todos hacemos de todo. He visto en los más humildes trabajos del teatro -limpiar los zapatos de la compañía- a un primer actor de la televisión. He visto a un premio mundial de magia ir recogiendo con paciencia todas las cartas que arroja al suelo displicentemente en su reconocido acto. He visto hacer pis en una botella vacía a quien no lo creerías, porque de ese lado del escenario no se podía salir en dos horas. (Sí, también he visto gente muy estirada mirando por encima del hombro al eléctrico o al acomodador, pero estos no suelen ser artistas de verdad, no son apreciados en la profesión o se trata de incursionistas en el arte, pero viven de otra cosa. Les llaman para tocar en una gala benéfica porque salen gratis y se dan importancia por verse en un gran teatro. Aunque la zona de artistas es siempre la misma en todas partes: paredes grises, llenas de arañazos y roces de la utilería. Hasta que sales al escenario siempre parece que estas en el mismo teatro. Por más cómodos que puedan ser los camerinos …allá donde los haya.)

Hay una vida imposible, la de los artistas escénicos -en el amplísimo sentido de quien necesita a un público en el mismo instante de producir su efímero arte-. Imposible de vivir de acuerdo a nuestra sedentaria vida social. Donde el domicilio ha de ser fijo, donde el trabajo no es solo los 12 minutos de un número, o el espectáculo completo de hora a dos horas, sino las horas de preparación los días de ensayo, la comercialización, donde no hay tacómetro posible y el show dura lo que debe de durar, donde se come a deshoras y se duerme como se puede ¿por qué todas las habitaciones de hotel hay que dejarlas antes de las 12 aunque el trabajo te haya llevado a ocuparla de madrugada, ¿por qué no se puede desayunar a las 3 de la tarde si hay cafetería abierta al público?, el lugar de trabajo necesariamente debe cumplir una normativa  -aunque cuando esos lugares contratan a aficionados, a veces se olvidan de lo que nos exigen a los profesionales que, por serlo, sabemos evitar accidentes con mayor diligencia-. Pero también trabajamos en espacios inusuales como frontones abiertos, calles y plazas, patios, etcétera.

Foto: Iván Benítez, Diario de Navarra

Todo esto es común al teatro, las variedades, el circo y disciplinas similares. Este fin de semana en Diario de Navarra, Iván Benítez escribe un estupendo reportaje sobre la vida diaria del Circo París, que ahora esta por Navarra. «En la caravana de un circo de barrio» titula el reportaje. Y yo no puedo evitar acordarme de aquel otro circo de barrio, en la periferia de París. Luchando por seguir en el oficio, por poder instalarse, por cumplir las normativas, pagando por trabajar, por atraer al público. «La vida imposible», se titulaba el libro que fue un best-seller sobre sus andanzas y sobre la reflexión del ser artista. Esto esta en el reportaje de Diario de Navarra. Una buena lectura de domingo con un café, mientras hoy, los artistas trabajan o luchan por trabajar. Biografías banales, corrientes, como las de todos nosotros. Solo que un día el arte les rescató. Les ofreció una tabla en el naufragio. Como a todos los que estamos en estas cosas que parecen sin importancia ni trascendencia.

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