Desengaño de fullerías en el aniversario del Quijote

“Desengaño de fullerías

o también

Las artes del jugador de manos que se topó Don Quijote

explicadas para advertencia de incautos y regocijo de todos”

SINOPSIS:

Maese Pedro, “titerero”, encuentra su retablo de marionetas destrozado y su mono adivino ha huido. Tendrá que volver a uno de sus múltiples oficios: conocedor de los juegos de manos –como solían estos artistas multidisciplinares- y de las trampas de juego, pues Maese Pedro esconde la identidad de Ginés de Pasamonte, el delincuente liberado por Don Quijote cuando le conducían condenado a galeras, volverá a sacar el naipe. Mostrará al público trampas de juego -que cualquiera puede comprender sin necesidad de conocimientos previos- y algunos juegos de magia del escaso repertorio de los siglos XVI y XVII. 

            Ficha artística: Texto y performer iurgi, ilusionista. Equipo de trabajo: Pepi Muñoz, César Bueno, Iurgi Sarasa. 

            Ficha técnica: Escenario a la italiana o en anfiteatro. Podemos aportar apoyo de iluminación y sonido. Requiere un espacio mínimo de 4 x 3 que es el que se recortará con la luz, preferiblemente en cámara negra. Ambiente de contras azules, laterales ámbar y frontal en blanco. Montaje dos horas. 

            El espectáculo puede complementarse con talleres de magia y/o con una exposición sobre el mundo del ilusionismo (libros desde el siglo XVIII, publicidad vintage, cajas de magia antiguas, artilugios de ilusionismo desde el siglo XIX, etcétera.)

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PRESENTACIÓN:

 

El juego y en particular los naipes y sus trampas, fueron para Miguel de Cervantes materia bien conocida y recurso literario para introducir ambientes y personajes del submundo de los bajos fondos y léxico de germanía. El Quijote, no es su obra con más referencias, sin embargo hemos elegido para encarnar al pícaro jugador que introducirá al público en el conocimiento de técnicas y tretas que aún hoy se usan, a un personaje de la novela: Ginés de Pasamonte/Maese Pedro. Hay dos motivos para ello:

¿Quién es realmente Ginés de Pasamonte? En la primera parte de la novela es un delincuente condenado a galeras. Al parecer burla del autor contra otro Pasamonte, Jerónimo, que escribiera un libro de memorias atribuyéndose un heroísmo robado a Cervantes.

Este Jerónimo de Pasamonte se habría vengado a su vez –según parece- escribiendo la segunda parte del Quijote firmado con el seudónimo de Avellaneda.

Rápidamente Cervantes respondió con el adelanto de la publicación de su segunda parte. Inesperadamente Ginés de Pasamonte aparecerá de nuevo bajo el disfraz de Maese Pedro, a cargo de un retablo de titeres. En esta segunda parte del Quijote diversos personajes, empezando por los dos protagonistas, hacen referencia a haber leído sus aventuras ya editadas. Encuentran a personajes que les conocen por haber leído sobre ellos. La realidad dentro de la novela prácticamente en tiempo real, genial Cervantes.

Ginés le dirá a Don Quijote que su autobiografía enturbia nada menos que a las andanzas confesadas en El lazarillo de Tormes. Cuando Don Quijote le pregunta por la edición, Ginés responde que no se ha editado puesto que su vida no ha concluido.

Y –añadimos nosotros- nunca concluirá en cuanto en cada lectura de cada lector en cada época, esa vida ficticia vuelve a vivirse en una espiral sin fin.

Todo esto hacía bien atractivo encarnar a Ginés/Pedro, un personaje de ficción trasunto de una persona que fue real. Presentándole en un relato dramatizado en el que, siguiendo la idea genial de Cervantes, el personaje cobra identidad propia como si su mundo fuese real y desde allí hubiera podido acceder a “leerse” en cualquier biblioteca. Siendo así, no tendrá nada de particular que se presente ante un auditorio en carne y hueso. Ayer, hoy o mañana.

La segunda razón es por coherencia histórica: no existen en el siglo XVI o XVII los magos-ilusionistas. Existen sí, los magos-brujos, abusadores de la buena fe como parece que los ha existido y existirá hasta el fin de los tiempos. Pero no hay en la época una equivalencia entre el hacedor de juegos de manos y el ilusionista. Saltimbanquis, “titereros”, malabaristas, jugadores de manos. Todo son lo mismo. Pero el mundo del espectáculo no existe. No como hoy lo conocemos y los artistas del encantamiento no se asimilan de ningún modo a los actores de entonces. El mago no es reconocido todavía como un actor haciendo de mago, esta definición no llegará a formularse hasta mediados del siglo XIX por Jean E. Robert-Houdin, el padre de la magia moderna. Y la consideración del jugador de manos del XVI-XVII es la de un engañador de gente incauta. Entre el entretenimiento y la estafa.

La misma persona puede perfectamente entretener en el mercado con sus malabares, embaucar en la plaza con sus trucos de jugador de manos y ser un tahúr en la taberna. La frontera entre el hombre que va por los caminos en busca de fortuna y el delincuente se desdibuja. No es considerado un artista, es alguien que tiene la habilidad y conoce los secretos. Lo que le sirve para sacar el dinero a la gente por las buenas o por las malas. Por la admiración o por el engaño.

Esto es lo que encontramos reflejado en la literatura cervantina y en especial en Rinconete y Cortadillo. También en la obra de un jugador arrepentido, “Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos” (1603) de Francisco Luque Fajardo.

En el siglo XVIII hay un cambio social. Y a su sombra aparecen la química y la física recreativas, las clases altas llevan los juegos de manos a otro ámbito. Los magos se anuncian como físicos. Se trata de mostrar en los salones, por pura diversión, fenómenos en apariencia inexplicables, excepto para el estudioso de las ciencias. El hombre cultivado conoce los secretos para cambiar de color una rosa, valerse de un imán para adivinar si hay algo dentro de un estuche o hacer visible un dibujo hecho con tintas invisibles. Finge adivinar el pensamiento por sutiles combinaciones matemáticas o atribuye a un muñeco autómata complicados mecanismos para responder preguntas, siendo en realidad un criado quien habla empujando la voz por un tubo que atraviesa el suelo y la pata de la mesa hasta llegar a la boca del muñeco. También conocerá el mago de los salones técnicas secretas para manejar los naipes y fingir diversos efectos mágicos como transformar una carta en otra, romperla en trozos y restaurarla, etcétera.

En la primera mitad del XVIII se publica el primer libro de magia en España, escrito por Pablo Minguet e Yrol, hemos consultado la edición de 1778 y en ella todavía encontramos algunos ecos del mago callejero. Pero el auge editorial de los libros de magia se explica por la emergencia de un mercado de lectores cultos, gente habitual en las reuniones sociales en busca de ser el centro de atención o divertidos anfitriones, entretener las veladas y hacerse populares entre las damas.

Esto esta claro en el libro de Juan Mieg –profesor de Química-, el libro más importante de la magia del siglo XIX en España, publicado en 1839. Va dirigido a un lector cuyas características se han consolidado en los usos sociales del ocio y en la curiosidad de la Ilustración. En poco serían útiles las enseñanzas del libro de Mieg al tahúr o al jugador de manos del siglo XVI o XVII.

En paralelo, el mundo de la delincuencia con los naipes seguirá su trayecto a través de la tradición oral. A mediados del XIX Robert-Houdin edita su libro para desenmascarar las trampas de juego, lo hemos tenido en cuenta, pero el autor no entra en detalles demasiado técnicos por no convertirse en maestro de tahúres -confiesa-, se sucede alguna obra menor tanto en España como fuera de ella y en 1902 todo cambia con la publicación en Chicago de «The expert at the card table (El experto en la mesa de juego”, manual escrito bajo seudónimo por un delincuente, jugador de ventaja y asesino que acabó suicidándose). Recoge técnicas de tahúres de “alta escuela” que fecundará el ilusionismo con naipes del siglo XX hasta hoy mismo. Cosa que ya es otra historia para contarse en otro momento y lugar.

Si la magia como hoy la entendemos nace en Francia, la fullería es “arte” español, nace con la llegada de los naipes desde Turquía –hecho que ignoraba Cervantes- aunque, regulado el juego de distintos modos en los diferentes reinos de España, serán las naiperías del mediodía francés de donde procedan las más antiguas y mejores muestras de cartas. Las trampas se irán conociendo en la península, en el reino de Nápoles y desembarcarán en América para escribir otro capítulo en la historia del juego: México, Nuevo México, California, Nevada, Colorado, Utah, Arizona, Texas, Oregón, Washington, Florida y partes de Idaho, Montana, Wyoming, Kansas, Oklahoma y Luisiana, por referirnos solo a los territorios del Virreinato de la Nueva España de los actuales EE.UU y México.

Para preparar este monólogo mágico-fullero, hemos recurrido también al Diccionario de Covarrubias 2ª ed. de 1674 y al Diccionario de Autoridades 1726-1739, así como a la edición, notas y glosario del Quijote a cargo de Francisco Rico en 2004. Aunque sacrificando el rigor léxico y sintáctico en aras de una mejor comunicación teatral: entre la arqueología y el entretenimiento hemos preferido lo segundo. Hay multitud de expresiones “quijotescas” claras, directas, que parecen del siglo XXI, pero otras de significado diferente al de hoy, arcaísmos que requieren la imposible nota al margen. El espectador espera oír un castellano antiguo o que le suene a tal y lo escuchará, pero no por darle al monólogo el color de la época, se va a quedar el público sin entender la historia.Y además de entender ha de serle divertida.

Del mismo modo apenas hay referencias a juegos de naipes concretos, mostramos las trampas pero no es necesario conocer aquellos para entenderlas. No son necesarios conocimientos previos para seguir las explicaciones, y aderezamos la puesta en escena con juegos de magia que sí se hacían entonces, prácticamente todos en desuso. El espectador aficionado a la magia se sorprenderá en algún caso de ver la antigüedad de algún juego que él conoce y del modo en que antaño eran presentados al público los pocos juegos de magia que han sobrevivido. Quien no sepa nada de ilusionismo disfrutará doblemente pues para el público general y no para los especialistas, se hacen estas cosas en la mágica caja escénica de un teatro .