El ilusionismo es tanto una especialidad en sí misma como un recurso dentro de una formación actoral más amplia. Puede tomarse como el único campo de expresión y entonces uno se hace llamar mago o ilusionista. Rusell Anderson o Darren Romeo (seguro que hay más) cantan y bailan mientras realizan sus espectáculos de magia. Y lo hacen de modo competente. Tienen la formación necesaria. Aunque nadie espera que un mago cantante y bailarin sea igual de bueno en las tres cosas. El público comprende que el canto y el baile son un apoyo para la actividad principal que ha ido a ver: la magia. Si en una función teatral se incluye un efecto mágico, generalmente el actor que lo realiza solamente sabe hacer eso que le han enseñado y probablemente adaptado a él, ignora los fundamentos técnicos y psicológicos de la magia que le toca realizar. Sigue las instrucciones de alguien responsable. Así debe de ser.
La magia es un recurso para cómicos o payasos (y viceversa) . Muchos de ellos la usan para dar variedad a su espectáculo o enfatizar algo. Para muchos payasos es un buen recurso porque la magia –el asombro- produce una incomodidad psicológica y el público ríe. Con demasiada frecuencia no es que la magia sea un apoyo, es que sin ella el payaso no haría reír. Es decir; hay payasos que son incompetentes como payasos. Del mismo modo hay magos que se empeñan en hacer reír. No es necesario. La magia produce por sí misma al menos las sonrisas. Claro que es bueno salpicar en algún momento con algún chiste, algo que relaje un poco al público después de haber estado muy atento a otra cosa. Pero hay algunos magos que se empeñan en ser lo que no son: magos-payasos-humoristas. Hay pocas excepciones, el amigo Montty es una de ellas, por eso sus espectáculos se subtitulan de “magia y humor”. No es un humorista que hace magia, tampoco es un mago que hace humor. Es mago y es humorista. Esto es excepcional.
En los demás magos las artes transversales deben de ser un recurso para apoyar nuestra actividad principal que es aquella por la que el público ha pagado para vernos: la magia. No un recurso para cubrir nuestras carencias. ¿Por qué hay tantos magos que han puesto de moda las sombras chinescas? (El amigo Ivan Her Sol me lo hacía ver hace unos días) Porque no tienen magia suficiente para llenar un espectáculo. Hay excepciones, claro (espero ser una de ellas porque yo también hago sombras en uno de mis espectáculos). Por ejemplo Gustavo Raley estrella de la tv argentina (siempre presumiré de haberle organizado la primera actuación que hizo en España). Creador de magia y mago de magos, hace sus sombras no porque le falten recursos mágicos sino porque su conocimiento es enciclopédico. Lo mismo cabe decir de otros compañeros. Pero es verdad que para muchos es un recurso ante su indigencia. Hacer sombras es barato y a nada que a uno le salgan medianamente los niños las agradecen con entusiasmo.
Pero cuidado, un diálogo real con un niño de once años al término de una actuación muy aplaudida “-¿Qué tal el mago? ¿Te ha gustado? –Mal, ha hecho sombras muy bonitas, eso no es magia”.
A mi mismo, después de una actuación con mucho éxito de aplausos, se me acerca un niño de unos cinco años (si no menos) y me dice: -“Tú no eres mago ni nada. Solo eres un payaso”. Aclaremos las cosas, mi show estaba anunciado como magia y clown, pero… Estoy seguro de que a él le gustan los payasos. Pero esperaba a un mago. El día que vaya a ver a un payaso y éste le haga magia seguramente dirá: “Tú no eres un payaso ni nada, eres un mago”(dicho no precisamente en tono admirativo).
Otra anécdota personal: un centro comercial me contrata con otros compañeros para hacer magia, deambulando entre la gente. Veo un montón de niños y voy a sacar los globos. Pero ya que veo cerca al gerente me acerco y le digo “-Hay mucho niño pequeño, ¿le parece que les haga unas figuras de globos? -De ningún modo, el de los globos vino ayer y fue más barato. Hoy hemos contratado magia”. Desde luego.
Hemos visto muchas veces en los concursos de tv aplaudir al público, rugir, reír con un artista. Y luego no votarle. Y así dejarle noqueado sin entender nada. Seguramente se reirán si resbalamos en la cáscara de plátano o si ponemos en apuros a un espectador. Pero eso no significa que nos hayamos ganado su respeto. Para ello hay que empezar por ofrecer algo –con todos los recursos de artes transversales que se quiera y en las que seamos competentes-, un algo que responda a la expectativa que hemos despertado: si en mi cartel hay un conejo, debo hacer aparecer un conejo. Y pensemos que los niños van con una información sesgada por quien les lleva a vernos. A veces hay que averiguar que creen que han ido a ver. Ajusta tu magia a la expectativa creada. Y si puedes da algo más de lo que espera tu público de ese día.