Magia para Down

Hoy es el Día Internacional del Síndrome de Down. Tengo en el cajón un proyecto para hacer con ellos un taller de magia de una semana. El objetivo es divertirse aumentando la autoestima, mejorando la psicomotricidad, habilidades sociales, etc. Fue un encargo que luego se quedo en el cajón por problemas internos de la entidad. Lástima.

En mis actuaciones he encontrado personas con discapacidades de diversa índole, físicas o intelectuales.

He dado a escoger una carta a una persona ciega sin darme cuenta de ello: una señora que estuvo encantada de integrarse en el espectáculo como los demás.

He actuado para muchachos con daño cerebral adquirido que han disfrutado con lanzar un soplo mágico a la jaula donde aparecieron dos palomas.

He tenido que “sujetar” a una niña con síndrome de Down demasiado entusiasmada para dejar disfrutar a los demás espectadores pidiéndole que cuidase de mi conejo, cosa que hizo con la mayor responsabilidad y cariño.


 

Muchas de estas situaciones no han sido buscadas por mí. Los focos nos dan en la cara a quienes ocupamos el escenario y aunque el público cree que le miramos, muchas veces lo más que vemos son siluetas.

Además ¿cómo podía saber yo que, en ese juego donde el espectador tiene que leer unas instrucciones, iba a salir un joven sordomudo? ¿cómo iba a darme cuenta de que la niña de los rizos dorados no podía sostener la pizarra en una mano y escribir con la tiza en la otra sencillamente porque “la otra” era una prótesis desde el hombro?

Son situaciones no siempre cómodas, desde luego, pero de las que siempre he salido airoso; es decir, sin que la persona implicada pasase un mal rato, que es algo que importa más que hacer unas magias mejor o peor. Al contrario, como en aquellos viejos bailes de pueblo que vemos en algunas películas, la fea que todos evitan esta encantada de que por fin la saquen a bailar y la demasiado rica y demasiado guapa a la que nadie se atreve ni a dirigirle la palabra también. Solamente hay que cambiar la partitura. A veces ni eso. Basta con tratar a las personas con normalidad.

A fin de cuentas todos somos discapacitados en algún sentido y en alguna ocasión de nuestra vida.

Un mago cuenta con ello: cuando tintinean las monedas en mi mano ya no están en mi mano –lo que se oye es una chapa metálica en una cajita atada a mi muñeca- pero nunca he podido engañar a un sordo. Ellos siempre han visto que la moneda esta en la otra mano porque no han escuchado la mentirijilla necesaria; el oído hace ver al ojo lo que no hay.

Cuando ha salido voluntario un Down rara vez he tenido que explicarle dos veces lo que tenía que hacer. Y no valen los juegos de fallo aparente al estilo de funambulista que finge resbalar al caminar por el alambre (la teoría es que rebajando la expectativa del público el efecto final parece estar “más alto”) no porque no los entiendan, sino porque no tienen tiempo para que el juego no salga. Me obligan a creerme mi personaje aún más.

Así que un mago necesita reservarse un espacio secreto o engañar a uno de los cinco sentidos para que la magia sea creíble. Pero ya estoy divagando…