Relatos de magias (23): hacerse invisible

El hombre invisible (1933) de James Whale

En 2006 mantuve una sección fija en Radio 5 Todonoticias, narrando historias del mundillo del ilusionismo. Algunos relatos parecen exagerados -es lo que tienen las tradiciones de cualquier gremio- y a veces lo que se cuenta de un mago se atribuye también a otros. Pero como sucede siempre, aquello que parece ficticio suele ser lo verdadero.

Es una de las fantasías más recurrentes de la magia que soñamos y menos vista en la magia que realizamos en los escenarios, porque claro, si el mago se hace invisible ¿cómo se sabe que está ahí? Ya hemos visto cómo el cine tiene que mostrarnos vendajes que andan solos, objetos que son desplazados en el aire, etcétera, recursos todos para indicarnos que allí dónde no vemos a nadie, alguien deja su huella. El caso es que sin tener que recurrir a embozarse en capa con la virtud de invisibilizarse, como hace Harry Potter, hace ya mucho tiempo que los magos sabemos como sustraernos a las miradas ajenas. Tomen nota de un libro de mediados del siglo XIX, concretamente del titulado El brujo y la bruja en tertulia,  editado en Tarragona en 1862, y que en su página 334 nos resuelve el problema del siguiente modo: “Cuentan que para hacerse invisible una persona, no necesita sino que no la vean cuando toma una vara de acero larga, la pasa por la piedra imán, se marcha a un bosque, o a un río o a otro sitio concurrido de garzas, se pone en acecho, y observa el lugar en donde vaya y venga muy a menudo una de dichas aves, lo cual indicará que por allí tiene los hijuelos. Entonces pasará la vara de acero muchas veces por todas aquellas partes en que juzgue próximas al nido; y cuando la vara pase a cinco pies de distancia de él se atraerá una piedrecita, que es la que ponen las garzas en su nido para hacerlo invisible. Poniéndose encima de esta piedra las personas tropezarán con el que la lleva: ¡tan invisible estará!”.

Como se ve no es cosa sencilla pero tampoco impracticable, no es necesario recurrir a procedimientos clásicos pero imposibles como conseguir extraños ingredientes para un bebedizo o dar con la pronunciación exacta de un sortilegio. Algunos libros del siglo XIX, y aún algunos de principios del XX, abundan en mezclar fórmulas extrañas, amuletos, y crédulas instrucciones como la descrita junto con trampas, técnicas manuales y trucajes de objetos propios del ilusionismo. Quizá este maridaje provenga de aquellos tiempos oscuros en que la magia fingida servía como reclamo publicitario para congregar a la clientela ante el charlatán vendedor de cualquier cosa milagrosa. A mí todo esto me recuerda a un personaje de no recuerdo qué película de superhéroes, nacido con el poder de hacerse invisible. El muchacho, convencido de su facultad, tenía el problema de que no podía demostrarlo a nadie pues para hacerse y permanecer invisible necesitaba inexcusablemente que nadie le mirase ¿!?.

©Iurgi Sarasa, 2006