Halloween es una fiesta importada, extraña, ajena a nuestras tradiciones (hoy en la globalización decir esto puede sonar arcaico). De escasa raigambre en España. Esto es lo que nos decimos los que no nos acostumbramos a que los niños del bloque nos vayan tocando los timbres, como vemos en las pelis. Es verdad que procede de rituales celtas, druídicos, es verdad que algunas cosas como lo de las calabazas hechas lámpara y otras cosas ya se hacían en España en el siglo XVIII, que cosas similares las han visto -o reconstruido- los antropólogos sociales. Es cierto que en Halloween confluyen ritos paganos, antiguas creencias de la Roma imperial, vestigios de la religiosidad rural, etcétera. Todos los etcéteras que se quieran. Pero este Halloween de hoy en día…
Éste con máscaras hechas en el cole, disfraces comprados en los chinos, actividades en centros comerciales y otros etcéteras es un Halloween que nada tiene que ver con ese de la historia comparada de las religiones o de la antropología de la brujería. Ningún niño sale disfrazado pensando en encontrarse con la Santa Compaña, nadie se maquilla de vampiro para ir de copas esperando acabar profanando un cementerio.
Es cierto que en los años setenta hay toda una iconografía que se propaga a través del cine norteamericano de serie B, las pelis de terror. Y luego toda una serie de pelis, la mayoría producciones de medio pelo para la tele, de tono familiar. Como los telefilms navideños, pero con muertos de risa.
A mí me parece muy bien que se celebre Halloween. Y muy bien que no se celebre. Para muchos niños, adultos y adolescentes es una buena excusa para disfrazarse y hacer el ganso. Por eso yo tengo un espectáculo «Muérete de magia» dedicado a Halloween y a Carnaval. Sirve para ambas ocasiones y si el programador quiere también es espectáculo de primavera, verano, otoño, invierno y entretiempo.
Quiero decir que yo no me trago -ni lo aconsejo- dar importancia trascendente a esta fiesta de Halloween. No me creo que detrás esten las fuerzas oscuras -sí que estan detrás de otras cosas como el integrismo religioso o la avaricia sin fin que destroza el planeta-. No me tomo Halloween en serio. Que más quisieran algunos satanistas que desde la new age de los años sesenta-setenta quieren vendernos que estan detrás de tantas cosas.
En alternativa, más que en oposición a Halloween ha surgido Holywins («La santidad gana»). Varias diócesis españolas ya lo celebran y animan a los niños a vestirse en vez de monstruo de Frankestein de su santo favorito. Valen también otras personas o personajes positivos. Y desde luego tiene también su sitio. Las autoridades eclesiásticas, que no son tan simples como para iniciar una cruzada anti-Halloween, ya insisten en que no se trata de ir en contra de esta moda relativamente reciente del «truco o trato». Sino de preparar la víspera de las celebraciones de Todos los Santos y del Día de Difuntos con actividades positivas. Por eso también participan adolescentes y adultos en adoraciones nocturnas y otros actos programados. Una idea importada de Francia surgida en 2002 -más o menos-.
Me parece fenomenal. Esto y lo contrario. O sea, ser de Halloween, ser de Holywins o incluso hacer las dos cosas si uno tiene tiempo y ganas. Lo que no veo tan claro es lo de los disfraces. No veo la diferencia -desde la estética- entre ir por la calle abrazado por una parrilla para ser asado como San Lorenzo (ese del que de niño siempre me contaban, al pasar por delante de su parroquia, que dijo en el martirio: «Dadme la vuelta que de este lado ya estoy hecho») o ir disfrazado de momia pestilente. Entiendo que para los niños no hay nada de negativo en disfrazarse de vampiro y pasar miedo en el túnel del terror. Al contrario. Estas cosas han sido siempre parte del paso a la vida adulta, los ritos de pasaje que dice la antropología (por más que ya sean pasajes descafeinados). Y cuando menos la construcción de un relato lúdico onde se enfrente sin miedo, despojándole de lo verdaderamente siniestro que es el temor a la incertidumbre de la vida. Esto ya esta en muchos cuentos populares y la teoría hace mucho que conoce sus funciones psicosociales, mostrando la transformación del niño, la persona desamparada, en el héroe, a través de un proceso de aprendizaje y maduración personal. Eso son las peripecias de los personajes de los cuentos. Aparte del gustirrinín que a ciertas edades produce su lectura o las pelis del género: enfrentarse al mal y a lo desconocido en la tranquilidad acorazada de una butaca y unas palomitas. O sea, que el miedo controlado, los cuentos tradicionales tantas veces violentos, incorrectos políticamente, con escenas y sucesos horripilantes, pueden ser necesarios en el desarrollo de la personalidad. Aparte de que los niños distinguen muy bien el horror de ficción del de la vida real. Pero esto ya depende de padres y educadores, pues cada lleva a sus hijos por los caminos que más apropiados le parecen. Desde luego.
Es solo que a mí me da risa que le demos tanta importancia a que si esto es nuestro o nos lo quieren meter por vía de colonialismo cultural. Al final creo que simplemente compartimos ya algunas claves difundidas del ocio y la cultura de consumo y de que para la chavalería no se trata sino de una buena excusa para romper la rutina, disfrazarse e invadir las casas ajenas llevándose unas chuches. Lo mismo que lo de Holywins, aunque sea con otros fines dado el calendario litúrgico y el santoral. Y así nadie siente que no esta participando de las cosas de sus amiguitos.
Feliz Halloween y feliz Holywins.
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